LECTURAS
CAMINO
DE PERFECCIÓN
A
sugerencia de los confesores, tras leer la Vida,
“mandáronle que lo trasladase e hiciese otro libro para sus monjas” (CC.53,8)[1],
un tratado de vida interior para ellas. Comenzó a escribirlo en los últimos
días de 1562, recién fundado el convento de San José. Pero no puede dedicarse a
redactar seguido, avanza a pedazos. Lo concluye en 1564, por lo menos.
Contenido:
Dedica los primeros 23
capítulos a insistir en los soportes de la práctica, en las condiciones
necesarias para poder llevar a cabo la práctica y que ésta no se gire en contra
de sí misma: que conduzca al silencio y a la liberación (que conduzca “hacia la
Majestad”) y no al fortalecimiento del yo (al "ruido" interior). Así
pues, se trata de tener siempre en perspectiva el "no regalarse"
(capítulos 1-4); además de evitar lo que deba evitarse, la mejor manera de
cultivar ese no regalarse es ejercitándose en el amor desinteresado (capítulos
7-11), un amor "sin poco ni mucho de interese" (CP 11.2) y en el
desasimiento (capítulos 12-14). En lograr el desasimiento "está el
todo", ése es el quid de la cuestión; no es sinónimo de
"entrar en religión" (CP 18.1) sino de "darnos al Todo sin
hacernos partes" (CP 12.1). No se trata de crear un muro de contención
para los impulsos sino en "convencer" a la voluntad (la volición, el
sentir) para que comprenda cuál es "el objetivo que ha de durar", y
poder trasladar hacia ese objetivo la "fuerza de la afección".
Teniendo esas bases en cuenta, viene entonces la
cuestión de cómo cultivar la vía, qué oración, cómo, qué silencio… Dedica los
capítulos 24-73 a exponer cómo ejercitar las facultades en la exploración
silenciosa. Una vez la persona está dispuesta a andar por esa vía, una vez ha
logrado polarizarse, controlar la dispersión, enfocar la atención en dirección
a “la Majestad”… ¿cómo proceder? Las facultades no están habituadas a algo
distinto de discurrir, recordar, moverse en el ámbito de las ideas, de los
buenos propósitos, de la repetición de oraciones, etc. ¿Cómo mantenerse
profundizando, atendiendo, avanzando… allá donde ni las palabras ni los buenos
propósitos sirven? ¿Cómo hacer para mantenerse “quedas”, pero no “bovas”? Una
vez se ha echado a andar, una vez se han superado las dispersiones y obstáculos
que interponía el “yo” y su coro de demandas y reclamaciones, ¿cómo hacer para
mantenerse en ese estado de apertura silenciosa, de entrega, de escucha “sin
forma ni modo”?
Ahí van esos 50 capítulos de consejos, reflexiones
y recomendaciones nacidos de la experiencia de su propio proceso. Y todo ello
situado en un escenario en el que lo que se esperaba de las monjas era que se
dedicaran a la “oración vocal” (repetición de Padrenuestros y Avemarías,
Rosarios y la salmodia de la liturgia de las Horas). Teresa aconseja la
“oración mental”: que no significa mucho ‘discurrir’ sino presentar al
entendimiento las ‘verdades’, para poderlas contemplar con el entendimiento.
Tiene el arte de presentarla no como una vía contrapuesta a la “vocal” sino
como trabajo necesario para poder cumplir con la “vocal” (… qué se le va a
hacer si una necesita detenerse una hora en la palabra ‘Padre’, para poder
entender lo que está diciendo…).
Hoy, lejos de esos problemas y de la presión
asfixiante que podía suponer entonces la normativa que regía sobre la práctica
espiritual, todos esos capítulos pueden sonarnos lejanos. Pero no es así.
Explicando esa “oración mental” está ahondando en lo que puede ser el jñana yoga, el yoga del conocimiento, la
vía del conocimiento llevada a cabo desde el seno de una cultura espiritual
cristiana. Cómo utilizar las capacidades cognitivas para adentrarse allá donde
las palabras ya no tienen nada que decir. El resultado, o el siguiente paso, es
la “oración de quietud”: momentos de vislumbre, en los que uno no puede más que
quedarse ‘quedo’ ante la mesma Verdad que
hace deshacer (samadhi, iluminación… ‘Unión’ –dirá santa Teresa–)
No
os espantéis, hermanas, de lo mucho que he puesto en este libro para que
procuréis esta libertad. ¿No es linda cosa una pobre monjita de San José que
pueda llegar a señorear toda la tierra y elementos? (CP 31,2)
Creed
que digo verdad –porque he pasado por ello– que lo podréis hacer. (CP. 43, 1)
Prólogo. 1,1: … Con que procuremos guardar cumplidamente
nuestra Regla y Constitución con gran cuidado […] Que no os pido cosa nueva,
hijas mías, sino que guardemos nuestra profesión […] aunque de guardar a guardar va mucho.
1,2. Dice el principio de nuestra Regla que
oremos sin cesar […]De esto de la
oración es de lo que me habéis rogado diga aquí alguna cosa […] 1,3. Antes que diga de lo interior, que
es de la oración, diré algunas cosas que son necesarias tener las que pretenden
tener oración […] y es imposible si
éstas no se tiene, ser muy contemplativas, y aún cuando pensaran lo son, están
muy engañadas.
6, 1. No penséis, amigas y hermanas mías, que
serán muchas las cosas que os encargaré
[…] Solas tres me estenderé en
declararlas que son de la mesma Constitución; porque importa mucho entendamos
lo muy mucho que nos va en guardarlas para tener la paz que tanto el Señor nos
encomendó, interior y esteriormente: la una es amor unas con otras; otra
desasimiento de todo lo criado; otra, verdadera humildad, que aunque la digo a
la postre, es la principal y las abraza todas.
caps. 7-11, sobre el amor desinteresado. Síntesis, cap. 11: Es amor sin poco ni mucho de interese; todo
su interese está en ver rica aquel alma de bienes del cielo […] merece nombre de amor, no estos morcitos
baladíes de por acá, aún no digo en los malos, que éstos Dios nos libre.
12, 1. Ahora vengamos a el desasimiento que
hemos de tener, porque en esto está el todo, si va con perfección. […] ¿Pensáis
hermanas, que es poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin
hacernos partes?
14,2. […] queda
desasirnos de nosotros mismos. Este es recio apartar, porque estamos muy juntas
y nos queremos mucho.
17,3. Pensando que cada día es el postrero, ¿quién
no le trabajaría si pensase no ha de vivir más que aquél?
24,4. […] no se da este Rey sino a quien se le da
del todo.
A
partir de aquí, reflexiones y consejos sobre la práctica de meditativa, la
atención silenciosa, la oración mental o ‘yoga del conocimiento’. Tras unos
primeros capítulos sobre la necesidad de desarrollar la capacidad de
concentración y atención, sobre cómo reconducir a nuestras mentes desbocadas y
acostumbrarlas a quedarse quietas, pero no ‘bovas’, quietas en lucidez, en
atención lúcida, y sostenida, vienen una serie de capítulos explicando el
porqué de la oración mental, su aportación.
Como decíamos más arriba, lo
que las monjas tenían estipulado era la repetición de oraciones (oración vocal).
Sin salirse de la norma, veremos cómo la maestra le da la vuelta a la norma, y
utiliza la oración vocal como pértiga para adentrarse en la atención
silenciosa. Poniendo como ejemplo el rezo del Padrenuestro, en el que necesita
detenerse horas para contemplar cada una de las palabras que pronuncia, Teresa
muestra cómo llevar a cabo la indagación silenciosa con la mente, con el
entendimiento. Cómo convertir la palabra “Padre”, o “Reino”, o “cielo”, en
símbolos con los que polarizar todas las facultades, adentrándolas en la
contemplación silenciosa.
Lejos de los problemas a los
que tenían que hacer frente esas mujeres, sus explicaciones no dejan de ser
útiles, pues ofrece recursos y aclaraciones válidos para todo caminante, sea
cual sea su tiempo y lugar. Lo que sí haremos es invertir el orden, copiando
aquí algunos fragmentos del último capítulo, en los que queda plasmado el
problema que presidirá la argumentación de Teresa a lo largo de los siguientes
50 capítulos. Así puede quedar más claro el marco en el que se sitúan los demás
fragmentos que iremos seleccionando.
final: 73,1. Veis
aquí, amigas, cómo es el rezar vocalmente con perfección, mirando y entendiendo
a quién se pide y quién pide y qué es lo que se pide. Cuando os dijeren no es
bien tengáis otra oración sino vocal, no os desconsoléis; leed esto muy bien y
lo que enterdierdes de oración, suplicad a Dios os lo dé a entender; que rezar
vocalmente no os lo puede quitar nadie, ni no rezar el Paternóster de corrida y
sin entenderos, tampoco. Si os lo quitare alguna persona u os lo aconsejare no
le creáis; creed que es falso profeta y mirad que en estos tiempos no havéis de
creer a todos, que aunque de los que ahora os pueden aconsejar no hay que
temer, no sabemos lo que está por venir.
73,2. También pensé deciros algo de cómo havéis de
rezar el Ave María; mas heme alargado tanto, que se quedará. Basta haver
entendido cómo se rezará bien el Paternóster para todas las oraciones vocales
que huvierdes de rezar.
73,3. Ahora tornemos a acabar de concluir el camino
que comencé a tratar, porque el Señor me parece me ha quitado el travajo con
enseñar a vosotras y a mí lo que hemos de pedir en esta oración. Sea bendito
por siempre, que es cierto que jamás vino a mi pensamiento que havía tan gran
secreto en esta oración evangelical, que ansí encerrarse en sí todo el camino
espiritual desde el principio hasta engolfarlos en Dios y darlos abundosamente
a bever en la fuente de agua viva de que hablamos; y es ansí que, salida de
ella –digo de esta oración –, no sé ya más ir adelante.
73,4. Parece ha querido el Señor entendamos,
hermanas, la gran consolación que aquí está encerrada y que cuando nos quitaren
libros no nos pueden quitar este libro, que es dicho por la boca de la mesma
Verdad, que no puede errar.
*
37,3. Yo he de poner siempre junta oración mental
con la vocal, cuando se me acordare, porque no os espanten, hijas; que yo sé en
qué cain estas cosas y no querría que nadie os trajese al retortero, que es
cosa dañosa ir con miedo este camino. Importa mucho entender que vais bien,
porque en diciendo uno que va errado y ha perdido el camino, le hacen andar de
un cabo a otro, y todo lo que anda buscando por dónde ha de ir se cansa y gasta
el tiempo y llega más tarde. ¿Quién dirá que es mal, si comienza a rezar las
horas u el rosario, que comience a pensar con quién habla y quién es el que
habla, para ver cómo le ha de tratar? Pues yo os digo, hermanas, que primero
que comencéis la oración vocal –que es rezar las horas o el rosario– ocupéis
hartas horas en la mental.
39,4. […]
aquel rato que le queremos dar libre el pensamiento y desocuparle de
otras cosas, que sea con toda determinación, de nunca jamás se le tornar a
tomar, por travajos que por ello nos vengan, ni por contradiciones ni por
sequedades; sino que ya, como cosa no mía, tenga aquel tiempo y piense me le
pueden pedir por justicia cuando del todo no se le quisiere dar.
39, 5. Es muy necesario también que comencéis con
gran siguridad en que, si peleáis con ánimo y no os dejando vencer, que saldréis
con la empresa; esto sin ninguna falta: por poca ganancia que saquéis, saldréis
muy rico.
46,1. Ahora
mirad que dice vuestro Maestro “que está en el cielo”… ¿Pensáis que os importa
poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo
Padre? Pues yo os digo que, para entendimientos derramados, que importa mucho
no sólo creer esto, sino pensarlo mucho; pues es una de las cosas que muy mucho
atan los pensamientos y hacer recoger el alma.
46,2. Ya
havréis oído que Dios está en todas partes, y esto es gran verdad, pues claro
está que adonde está Dios es el cielo. Sin duda, lo podéis creer que adonde
está Su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice San Agustín que le
buscava en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí. ¿Pensáis que
importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha
menester alas para ir a buscarle? Sino ponerse en soledad y mirarle dentro de
sí y no estrañarse de tan buen huésped; […]
46,3. Déjese
de unos encogimientos que tienen algunas personas, y piensan que es humildad.
Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no tomarla;
sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. […] Dejaos
de ser bovas. […] Mirad que os va mucho tener entendido esta verdad: que está
el Señor dentro de nosotras y que allí nos estemos con Él.
47,2. Las
que de esta manera se pudieran encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma
–adonde está el que hizo el cielo y la tierra– y acostumbrar a no mirar ni
estar adonde oya cosa que le destraya, crea que lleva excelente camino y que no
dejará de bever el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo.
47,4. Pégase
más presto el fuego del amor divino, porque con poquito que soplen con el
entendimiento están cerca del mesmo fuego. Con una centellica que le toque se
abrasará todo, como no hay embarazo de lo exterior.
48,1. Haced
cuenta que dentro de vosotras está un palacio de grandísimo precio, todo su
edificio de oro y piedras preciosas […] y que en este palacio se halla este
gran Rey –que ha tenido por bien ser vuestro Padre– en un trono de grandísimo
precio, que es vuestro corazón[2].
48,2. Parecerá
esto al principio cosa impertinente –digo hacer esta ficción para darlo a
entender– y puede ser aproveche mucho, a vosotras en especial, porque como no
tenemos letras las mujeres ni somos de ingenios delicados, todo esto es
menester para que entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin
ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por fuera.
No nos imaginemos huecas en lo interior, que importa mucho […]
48,3.[…] ¡Qué cosa de tanta admiración, quien
hinchera mil mundos con su grandeza, encerrarse en cosa tan pequeña! […] Consigo
trai la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida. Cuando un alma
comienza, por no la alborotar de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan
grande, no se da a conocer hasta que va ensanchando esta alma poco a poco,
conforme a lo que entiende. Por eso digo que trai consigo la libertad, pues
tiene el poder de hacer grande este palacio.
48,4. Todo
el punto está en que se le demos por suyo con toda determinación y le desembaracemos
para que pueda poner y quitar como en cosa suya; esta es su condición, y tiene
su Majestad razón; no se lo neguemos.
49,3. ¡Oh
quién supiese declarar cómo está esta compañía santa con el acompañador de las
almas, cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este palacio con su
Dios y cierra la puerta a todo el mundo! Y entended que esto no es cosa
sobrenatural, sino que podemos nosotras hacerlo (con el favor de Dios pues sin
Él no se puede nada, nada); porque este no es silencio de las potencias sino
encerramiento de ellas en sí mesma el alma.
50,1. […]
Sólo esto es lo que querría dar a entender: que para irnos acostumbrando a con
facilidad ir asigurando el entendimiento para entender lo que habla y con quién
habla, es menester recoger estos sentidos esteriores a nosotros mesmos y
qué les demos en qué se ocupar, pues es ansí que tenemos el cielo dentro
de nosotros, pues el Señor de él no está.
50,2. […] rezaremos con mucho sosiego el Paternóster
y las más oraciones […] que, si havíamos de decirle muchas veces el
Paternóster, nos entienda de una. Es muy amigo de quitarnos de travajo, aunque
en una hora le digamos una vez, como entendamos estamos con Él […] cuán de
buena gana se está con nosotros y nos regalemos con Él, no es amigo de que nos
quebremos las cabezas. Por eso, hermanas, os acostumbréis a rezar con este
recogimiento el Paternóster, que es modo de orar que hace tan presto costumbre
a no andar el alma perdida y las potencias alborotadas, como el tiempo os lo
dirá. Sólo os ruego lo provéis, aunque os sea algún travajo, que todo lo
que no está en costumbre le da. […] 50,3. Siempre he hallado tantos provechos
de esta costumbre de recogerme dentro de mí, que eso me ha hecho alargar. Y por
ventura todas os lo sabéis, mas alguna verná que no lo sepa; por eso no os pese
de que lo haya dicho aquí.
52,1. Pues
dice el buen Jesús: “Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino” […]
52,2. El gran bien que hay en el reino
del cielo –con otros muchos– es ya no tener cuenta con cosas de la tierra: un
sosiego y gloria en sí mesmos, un alegrarse de que se alegren todos, una paz
perpetua, una satisfacción grande en sí mesmos […] y la mesma alma no entiende
otra cosa sino en amarle, porque le conoce.
53,1. De
esta oración de quietud, adonde yo entiendo comienza el Señor […] ya a darnos
su reino aquí para que de verdad alabemos su nombre y procuremos le alaben
otros, […] diré algo. 53,2. Es cosa
sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos,
porque es un ponerse el alma en paz u ponerla el Señor con su presencia –como
hizo al justo Simeón– porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma
-por una manera muy fuera de entender con los sentidos esteriores- que está ya
junta cabe su Dios, que con un poquito más, llegará a estar hecha una mesma
cosa con Él por unión. […] No parece hay más que desear: las potencias
sosegadas que no querrían bullirse; aunque no están perdidas, porque piensan en
cabe quién están y pueden; es un pensamiento sosegado; no querrían se menease
el cuerpo porque no las desasosegase; piensan una cosa y no muchas; dales pena
el hablar; en decir “Padre nuestro” una vez se les pasará una hora. Están tan
cerca que ven que se entienden por señas. Están en el palacio cabe el Rey;
están en su reino, que se les comienza ya el Señor a dar aquí.
56,1. […]
Su Majestad nunca se cansa de dar; porque no contento con tenerla hecha una
cosa consigo –por haverla ya convertido en Sí[3]–
comienza a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado y
que conozca algo de lo que la tiene por dar.
En los siguientes capítulos sigue comentando el sentido del
Padrenuestro: ‘Hágase tu voluntad’ (no buscar nada para sí, no quedarse en
palabras, obrar), ‘pan nuestro’ (el Sacramento, la comunión), sobre el perdón,
de las tentaciones, ‘líbranos del mal, amén’… Siempre en la línea de
“desembarazarse” y quedarse ‘cabe el Rey’. No pensando que hacemos nosotros
nada, no otorgarse mérito, comprender que todo procede de la Fuente… Para
concluir, finalmente, con el capítulo 73, del que hemos copiado fragmentos más
arriba, y en la que la vemos a ella misma sorprendida de lo que ha llegado a
comprender a través de una pocas palabras del Padrenuestro.
Del
Libro de la Vida:
15.6. Lo que ha de
hacer el alma en los tiempos de esta quietud, no es más de con suavidad y sin
ruido; llamo "ruido" andar con el entendimiento buscando muchas
palabras y consideraciones para dar gracias de este beneficio y amontonar
pecados suyos para ver que no lo merece.
15.7. Ansí que
perderá mucho el alma si no tiene aviso en esto; en especial si es el
entendimiento agudo, que cuando comienza a ordenar pláticas y buscar razones,
en tantito, si son bien dichas, pensará que hace algo.
15.14. Cuando es el
espíritu de Dios, no es menester andar rastreando cosas para sacar humildad y
confusión, porque el mesmo Señor la da de manera bien diferente de la que
nosotros podemos ganar con nuestras consideracioncillas, que no son nada en
comparación de una verdadera humildad con luz que enseña aquí el Señor, que
hace una confusión que hace deshacer.
MORADAS DEL CASTILLO
INTERIOR (o Las Moradas)
Redactadas
en 1577, habiendo ya fundado en Medina del Campo, Malagón, Toledo, Pastrana,
Salamanca, Alba de Tormes, Beas y Sevilla. Conversando con el padre Gracián
sobre la oración, Teresa hacía a menudo referencia a temas ya tratados en el Libro
de la vida (incautado por la Inquisición). El padre la animó: "pues no
le podemos haber, haga memoria de lo que se le acordare y de otras cosas y
escriba otro libro". Y escribió las Moradas, una obra para orientar
a sus hermanas en los distintos momentos de la vida interior.
Síntesis
El objetivo de esta obra es explicar cómo el
"reino" no está en el más allá, sino que "las cosas de
Dios" pasan en el interior del ser humano. Es un canto a la grandeza de la
posibilidad humana ("...no hallo
yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran
capacidad"), canto a no desperdiciar la posibilidad de ser, a
reconocer lo que ya se es, por motivo de falsas humildades y miedos paralizantes.
Las
distintas moradas, hasta siete, no describen ámbitos de la psique sino aspectos
de un proceso, cada uno de ellos con sus características, sus ganancias y
dificultades propias. Cada nuevo paso incorpora los anteriores, no los deja
atrás.
La
Primera es la morada de la
"consideración", la de tomar conciencia de la auténtica posibilidad
de la naturaleza humana, del tesoro que esconde, de la verdadera humildad, etc.
"Consideración" que desemboca en la toma de decisión de ponerse en
camino.
Esa
decisión nos sitúa en la Segunda morada:
aparecen todos los obstáculos, todo parece ponerse de acuerdo para impedir el
avance, es el momento de mantenerse firme en la decisión, a pesar de los
pesares, desoyendo la oposición interior de un "yo" que no quiere ceder
terreno y la exterior de los que ven con temor el camino de conocimiento.
Si
la persona no ha cedido, entonces ha ganado en certeza, constancia, en
dedicación... en "virtudes". Ésta es la Tercera morada, en la que el peligro es que el "yo" tome
ventaja de esta situación y se instale y se estanque en la persona
"perfecta", virtuosa, bien considerada... que se cree por encima de
los demás.
Si
se logra no errar el camino por ese desvío (con la ayuda del contrastar,
guiándose por el amor, la paz, el interés por todos...), el buscador se
encuentra en las Cuartas moradas.
Desde éstas hasta las Séptimas, son pasos que se producen a nivel de
comprensión, de avance en la atención silenciosa, y de acierto en el uso de las
facultades en esa atención silenciosa. En las Cuartas se tratará de considerar
la inconsistencia del ego, mantenerse en quietud (el gusano de seda ha
construido el capullo). Oración de unión, momentos de que se vive la noticia
silenciosa, en las Quintas. El
reconocimiento intermitente de la frontera (de la mariposa) genera dudas en el
interior e incomprensión por parte de los que rodean al buscador. Si es
autosugestión, invento...; las Sextas
moradas ayudan a despejar la duda. Ahí da Teresa de Jesús una regla de oro
en la que insiste a cada paso: si la práctica genera una certeza interior de
paz y mayor amor, adelante, digan lo que digan, no puede ser demonio ni
invento.
Finalmente,
las Séptimas son las de la unión o,
mejor, las de la transmutación en lo único que realmente es y existe: la
Majestad.
Unión: conocer que es “ser”, que
es “transformamiento del alma del todo en Dios”
(LV 20.18)
En
la séptima morada:
M 7, 2.6. Digamos que sea la unión como si
dos velas de cera se juntasen tan en estremo, que toda la luz fuese una, u que
el pábilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien se puede apartar la
una vela de la otra y quedan en dos velas, u el pabilo de la cera. Acá es como
si cayendo agua del cielo en un río u fuente, adonde queda hecho todo agua, que
no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río u lo que cayó del
cielo; o como si un arroíco pequeño entra en la mar, no havrá remedio de apartarse;
u como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz,
aunque entra dividida, se hace todo una luz.
M 7,2.9. ...orando una vez Nuestro Señor
Jesucristo por sus Apóstoles dijo que fuesen una cosa con el Padre y con El
como Jesucristo Nuestro Señor está en el Padre y el Padre en Él. ¡No sé que
mayor amor puede haber que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque
ansí lo dijo su Majestad: "no sólo ruego por ellos, sino por todos
aquellos que han de creer en mí también", y dice: "Yo estoy en
ellos".
En
el Libro de la Vida:
LV 18.2. [...] El como es esta que llaman
unión, y lo que es, yo no lo sé dar a entender [...] ni sé entender qué es
mente, ni qué diferencia tenga del alma, u espíritu tampoco; [...] lo que es unión ya se está entendido
que es dos cosas divisas hacerse una.
18.7. No diré cosa que no la haya
esperimentado mucho.
18.14. Estava yo pensando cuando quise
escrivir esto qué hacía el alma en aquel tiempo. Díjome el Señor estas
palabras: "deshácese toda, hija, para ponerse más en Mí; ya no es ella la
que vive, sino Yo; como no puede comprehender lo que entiende, es no entender
entendiendo". Quien lo huviere provado entenderá algo de esto, porque no
se puede decir más claro por ser tan escuro lo que allí pasa. [...]
Ansí que a esta mariposilla importuna de
la memoria aquí se le queman las alas, ya no puede más bullir. La voluntad deve
estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo ama. El entendimiento, si
entiende, no se entiende cómo entiende; al menos no puede comprehender nada de
lo que entiende; a mí no me parece que entiende, porque -como digo- no se
entiende; yo no acabo de entender esto.
18.15. Acaecióme a mí una ignorancia a el
principio, que no sabía que estava Dios en todas las cosas y, como me parecía
estar tan presente, parecíame imposible. Dejar de creer que estava allí no
podía, por parecerme casi claro havía entendido estar allí su mesma presencia.
27.3. [...] Porque si digo que con los
ojos del cuerpo ni del alma no lo veo, porque no es imaginaria visión, ¿cómo
entiendo y me afirmo con más claridad que está cabe mí que si lo viese?
[…] Se representa por una noticia a el
alma, más clara que el sol; no digo que se ve sol, ni claridad, sino una luz
que sin ver luz alumbra el entendimiento para que goce el alma de tan gran
bien. Trai consigo grandes bienes.
27. 6. Ansí es también de otra manera que
Dios enseña el alma y la habla sin hablar, de la manera que queda dicha. Es un
lenguaje tan del cielo que acá se puede mal dar a entender, aunque más queramos
decir, si el Señor por espiriencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere
que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin
imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha.
40.1. […] ansí entendí qué cosa es andar
un alma en verdad delante de la mesma Verdad. Esto que entendí es darme el
Señor a entender que es la mesma Verdad.
40.4. [...] Entendí grandísimas verdades
sobre esta Verdad, más que si muchos letrados me lo huvieran enseñado. [...]
Esta Verdad que digo se me dio a entender, es en sí mesma verdad y es sin
principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta Verdad, como
todos los demás amores de este amor y todas las demás grandezas de esta
grandeza, aunque esto va dicho escuro para la claridad con que a mí el Señor
quiso que se me diese a entender.
También entre los pucheros anda el Señor (Fundaciones 5,8)
[1] Abreviaturas utilizadas:
"LV" para el Libro de la Vida, "CP" para el Camino
de perfección", "M" para Las moradas o el castillo
interior, “CC” para Cuentas de
conciencia. Todas las citas provienen de la edición de las Obras
Completas. Madrid, B.A.C., 1974.
[2] la
imagen del palacio, o del castillo presidirá su siguiente libro, Las Moradas o El castillo interior (escrito en 1577).
[3] nota del editor: Las
palabras ‘convertido en Sí’ están borradas en el original; una mano extraña
escribió encima: ‘unido a sí mismo’
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