domingo, 18 de octubre de 2015

Teresa Guardans

LECTURAS


CAMINO DE PERFECCIÓN

A sugerencia de los confesores, tras leer la Vida, “mandáronle que lo trasladase e hiciese otro libro para sus monjas” (CC.53,8)[1], un tratado de vida interior para ellas. Comenzó a escribirlo en los últimos días de 1562, recién fundado el convento de San José. Pero no puede dedicarse a redactar seguido, avanza a pedazos. Lo concluye en 1564, por lo menos.
Contenido:
Dedica los primeros 23 capítulos a insistir en los soportes de la práctica, en las condiciones necesarias para poder llevar a cabo la práctica y que ésta no se gire en contra de sí misma: que conduzca al silencio y a la liberación (que conduzca “hacia la Majestad”) y no al fortalecimiento del yo (al "ruido" interior). Así pues, se trata de tener siempre en perspectiva el "no regalarse" (capítulos 1-4); además de evitar lo que deba evitarse, la mejor manera de cultivar ese no regalarse es ejercitándose en el amor desinteresado (capítulos 7-11), un amor "sin poco ni mucho de interese" (CP 11.2) y en el desasimiento (capítulos 12-14). En lograr el desasimiento "está el todo", ése es el quid de la cuestión; no es sinónimo de "entrar en religión" (CP 18.1) sino de "darnos al Todo sin hacernos partes" (CP 12.1). No se trata de crear un muro de contención para los impulsos sino en "convencer" a la voluntad (la volición, el sentir) para que comprenda cuál es "el objetivo que ha de durar", y poder trasladar hacia ese objetivo la "fuerza de la afección".
                  Teniendo esas bases en cuenta, viene entonces la cuestión de cómo cultivar la vía, qué oración, cómo, qué silencio… Dedica los capítulos 24-73 a exponer cómo ejercitar las facultades en la exploración silenciosa. Una vez la persona está dispuesta a andar por esa vía, una vez ha logrado polarizarse, controlar la dispersión, enfocar la atención en dirección a “la Majestad”… ¿cómo proceder? Las facultades no están habituadas a algo distinto de discurrir, recordar, moverse en el ámbito de las ideas, de los buenos propósitos, de la repetición de oraciones, etc. ¿Cómo mantenerse profundizando, atendiendo, avanzando… allá donde ni las palabras ni los buenos propósitos sirven? ¿Cómo hacer para mantenerse “quedas”, pero no “bovas”? Una vez se ha echado a andar, una vez se han superado las dispersiones y obstáculos que interponía el “yo” y su coro de demandas y reclamaciones, ¿cómo hacer para mantenerse en ese estado de apertura silenciosa, de entrega, de escucha “sin forma ni modo”?
                  Ahí van esos 50 capítulos de consejos, reflexiones y recomendaciones nacidos de la experiencia de su propio proceso. Y todo ello situado en un escenario en el que lo que se esperaba de las monjas era que se dedicaran a la “oración vocal” (repetición de Padrenuestros y Avemarías, Rosarios y la salmodia de la liturgia de las Horas). Teresa aconseja la “oración mental”: que no significa mucho ‘discurrir’ sino presentar al entendimiento las ‘verdades’, para poderlas contemplar con el entendimiento. Tiene el arte de presentarla no como una vía contrapuesta a la “vocal” sino como trabajo necesario para poder cumplir con la “vocal” (… qué se le va a hacer si una necesita detenerse una hora en la palabra ‘Padre’, para poder entender lo que está diciendo…).

                  Hoy, lejos de esos problemas y de la presión asfixiante que podía suponer entonces la normativa que regía sobre la práctica espiritual, todos esos capítulos pueden sonarnos lejanos. Pero no es así. Explicando esa “oración mental” está ahondando en lo que puede ser el jñana yoga, el yoga del conocimiento, la vía del conocimiento llevada a cabo desde el seno de una cultura espiritual cristiana. Cómo utilizar las capacidades cognitivas para adentrarse allá donde las palabras ya no tienen nada que decir. El resultado, o el siguiente paso, es la “oración de quietud”: momentos de vislumbre, en los que uno no puede más que quedarse ‘quedo’ ante la mesma Verdad que hace deshacer (samadhi, iluminación… ‘Unión’ –dirá santa Teresa–)
                  No os espantéis, hermanas, de lo mucho que he puesto en este libro para que procuréis esta libertad. ¿No es linda cosa una pobre monjita de San José que pueda llegar a señorear toda la tierra y elementos? (CP 31,2)
                  Creed que digo verdad –porque he pasado por ello– que lo podréis hacer. (CP. 43, 1)


Prólogo. 1,1:  … Con que procuremos guardar cumplidamente nuestra Regla y Constitución con gran cuidado […] Que no os pido cosa nueva, hijas mías, sino que guardemos nuestra profesión  […] aunque de guardar a guardar va mucho.
1,2.      Dice el principio de nuestra Regla que oremos sin cesar  […]De esto de la oración es de lo que me habéis rogado diga aquí alguna cosa  […] 1,3. Antes que diga de lo interior, que es de la oración, diré algunas cosas que son necesarias tener las que pretenden tener oración  […] y es imposible si éstas no se tiene, ser muy contemplativas, y aún cuando pensaran lo son, están muy engañadas.

6, 1.     No penséis, amigas y hermanas mías, que serán muchas las cosas que os encargaré  […]  Solas tres me estenderé en declararlas que son de la mesma Constitución; porque importa mucho entendamos lo muy mucho que nos va en guardarlas para tener la paz que tanto el Señor nos encomendó, interior y esteriormente: la una es amor unas con otras; otra desasimiento de todo lo criado; otra, verdadera humildad, que aunque la digo a la postre, es la principal y las abraza todas.
caps. 7-11, sobre el amor desinteresado. Síntesis, cap. 11: Es amor sin poco ni mucho de interese; todo su interese está en ver rica aquel alma de bienes del cielo  […] merece nombre de amor, no estos morcitos baladíes de por acá, aún no digo en los malos, que éstos Dios nos libre.

12, 1.   Ahora vengamos a el desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo, si va con perfección. […] ¿Pensáis hermanas, que es poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos partes?
14,2. […] queda desasirnos de nosotros mismos. Este es recio apartar, porque estamos muy juntas y nos queremos mucho.
17,3.    Pensando que cada día es el postrero, ¿quién no le trabajaría si pensase no ha de vivir más que aquél?
24,4.    […] no se da este Rey sino a quien se le da del todo.

A partir de aquí, reflexiones y consejos sobre la práctica de meditativa, la atención silenciosa, la oración mental o ‘yoga del conocimiento’. Tras unos primeros capítulos sobre la necesidad de desarrollar la capacidad de concentración y atención, sobre cómo reconducir a nuestras mentes desbocadas y acostumbrarlas a quedarse quietas, pero no ‘bovas’, quietas en lucidez, en atención lúcida, y sostenida, vienen una serie de capítulos explicando el porqué de la oración mental, su aportación.
                  Como decíamos más arriba, lo que las monjas tenían estipulado era la repetición de oraciones (oración vocal). Sin salirse de la norma, veremos cómo la maestra le da la vuelta a la norma, y utiliza la oración vocal como pértiga para adentrarse en la atención silenciosa. Poniendo como ejemplo el rezo del Padrenuestro, en el que necesita detenerse horas para contemplar cada una de las palabras que pronuncia, Teresa muestra cómo llevar a cabo la indagación silenciosa con la mente, con el entendimiento. Cómo convertir la palabra “Padre”, o “Reino”, o “cielo”, en símbolos con los que polarizar todas las facultades, adentrándolas en la contemplación silenciosa.  
                  Lejos de los problemas a los que tenían que hacer frente esas mujeres, sus explicaciones no dejan de ser útiles, pues ofrece recursos y aclaraciones válidos para todo caminante, sea cual sea su tiempo y lugar. Lo que sí haremos es invertir el orden, copiando aquí algunos fragmentos del último capítulo, en los que queda plasmado el problema que presidirá la argumentación de Teresa a lo largo de los siguientes 50 capítulos. Así puede quedar más claro el marco en el que se sitúan los demás fragmentos que iremos seleccionando.

final: 73,1.       Veis aquí, amigas, cómo es el rezar vocalmente con perfección, mirando y entendiendo a quién se pide y quién pide y qué es lo que se pide. Cuando os dijeren no es bien tengáis otra oración sino vocal, no os desconsoléis; leed esto muy bien y lo que enterdierdes de oración, suplicad a Dios os lo dé a entender; que rezar vocalmente no os lo puede quitar nadie, ni no rezar el Paternóster de corrida y sin entenderos, tampoco. Si os lo quitare alguna persona u os lo aconsejare no le creáis; creed que es falso profeta y mirad que en estos tiempos no havéis de creer a todos, que aunque de los que ahora os pueden aconsejar no hay que temer, no sabemos lo que está por venir.
73,2.    También pensé deciros algo de cómo havéis de rezar el Ave María; mas heme alargado tanto, que se quedará. Basta haver entendido cómo se rezará bien el Paternóster para todas las oraciones vocales que huvierdes de rezar.
73,3.    Ahora tornemos a acabar de concluir el camino que comencé a tratar, porque el Señor me parece me ha quitado el travajo con enseñar a vosotras y a mí lo que hemos de pedir en esta oración. Sea bendito por siempre, que es cierto que jamás vino a mi pensamiento que havía tan gran secreto en esta oración evangelical, que ansí encerrarse en sí todo el camino espiritual desde el principio hasta engolfarlos en Dios y darlos abundosamente a bever en la fuente de agua viva de que hablamos; y es ansí que, salida de ella –digo de esta oración –, no sé ya más ir adelante. 
73,4.    Parece ha querido el Señor entendamos, hermanas, la gran consolación que aquí está encerrada y que cuando nos quitaren libros no nos pueden quitar este libro, que es dicho por la boca de la mesma Verdad, que no puede errar.

*
37,3.    Yo he de poner siempre junta oración mental con la vocal, cuando se me acordare, porque no os espanten, hijas; que yo sé en qué cain estas cosas y no querría que nadie os trajese al retortero, que es cosa dañosa ir con miedo este camino. Importa mucho entender que vais bien, porque en diciendo uno que va errado y ha perdido el camino, le hacen andar de un cabo a otro, y todo lo que anda buscando por dónde ha de ir se cansa y gasta el tiempo y llega más tarde. ¿Quién dirá que es mal, si comienza a rezar las horas u el rosario, que comience a pensar con quién habla y quién es el que habla, para ver cómo le ha de tratar? Pues yo os digo, hermanas, que primero que comencéis la oración vocal –que es rezar las horas o el rosario– ocupéis hartas horas en la mental.

39,4.    […]  aquel rato que le queremos dar libre el pensamiento y desocuparle de otras cosas, que sea con toda determinación, de nunca jamás se le tornar a tomar, por travajos que por ello nos vengan, ni por contradiciones ni por sequedades; sino que ya, como cosa no mía, tenga aquel tiempo y piense me le pueden pedir por justicia cuando del todo no se le quisiere dar.
39, 5.   Es muy necesario también que comencéis con gran siguridad en que, si peleáis con ánimo y no os dejando vencer, que saldréis con la empresa; esto sin ninguna falta: por poca ganancia que saquéis, saldréis muy rico. 

46,1.    Ahora mirad que dice vuestro Maestro “que está en el cielo”… ¿Pensáis que os importa poco saber qué cosa es cielo y adónde se ha de buscar vuestro sacratísimo Padre? Pues yo os digo que, para entendimientos derramados, que importa mucho no sólo creer esto, sino pensarlo mucho; pues es una de las cosas que muy mucho atan los pensamientos y hacer recoger el alma.
46,2.    Ya havréis oído que Dios está en todas partes, y esto es gran verdad, pues claro está que adonde está Dios es el cielo. Sin duda, lo podéis creer que adonde está Su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice San Agustín que le buscava en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí. ¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester alas para ir a buscarle? Sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no estrañarse de tan buen huésped; […]
46,3.    Déjese de unos encogimientos que tienen algunas personas, y piensan que es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no tomarla; sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. […] Dejaos de ser bovas. […] Mirad que os va mucho tener entendido esta verdad: que está el Señor dentro de nosotras y que allí nos estemos con Él.
47,2.    Las que de esta manera se pudieran encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma –adonde está el que hizo el cielo y la tierra– y acostumbrar a no mirar ni estar adonde oya cosa que le destraya, crea que lleva excelente camino y que no dejará de bever el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo.
47,4.    Pégase más presto el fuego del amor divino, porque con poquito que soplen con el entendimiento están cerca del mesmo fuego. Con una centellica que le toque se abrasará todo, como no hay embarazo de lo exterior.

48,1.    Haced cuenta que dentro de vosotras está un palacio de grandísimo precio, todo su edificio de oro y piedras preciosas […] y que en este palacio se halla este gran Rey –que ha tenido por bien ser vuestro Padre– en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón[2].
48,2.    Parecerá esto al principio cosa impertinente –digo hacer esta ficción para darlo a entender– y puede ser aproveche mucho, a vosotras en especial, porque como no tenemos letras las mujeres ni somos de ingenios delicados, todo esto es menester para que entendamos con verdad que hay otra cosa más preciosa, sin ninguna comparación, dentro de nosotras que lo que vemos por fuera.
No nos imaginemos huecas en lo interior, que importa mucho […]
48,3.[…] ¡Qué cosa de tanta admiración, quien hinchera mil mundos con su grandeza, encerrarse en cosa tan pequeña! […] Consigo trai la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida. Cuando un alma comienza, por no la alborotar de verse tan pequeña para tener en sí cosa tan grande, no se da a conocer hasta que va ensanchando esta alma poco a poco, conforme a lo que entiende. Por eso digo que trai consigo la libertad, pues tiene el poder de hacer grande este palacio.
48,4.    Todo el punto está en que se le demos por suyo con toda determinación y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa suya; esta es su condición, y tiene su Majestad razón; no se lo neguemos.

49,3.    ¡Oh quién supiese declarar cómo está esta compañía santa con el acompañador de las almas, cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este palacio con su Dios y cierra la puerta a todo el mundo! Y entended que esto no es cosa sobrenatural, sino que podemos nosotras hacerlo (con el favor de Dios pues sin Él no se puede nada, nada); porque este no es silencio de las potencias sino encerramiento de ellas en sí mesma el alma. 

50,1.    […] Sólo esto es lo que querría dar a entender: que para irnos acostumbrando a con facilidad ir asigurando el entendimiento para entender lo que habla y con quién habla, es menester recoger estos sentidos esteriores a nosotros mesmos y qué les demos en qué se ocupar, pues es ansí que tenemos el cielo dentro de nosotros, pues el Señor de él no está. 
50,2. […] rezaremos con mucho sosiego el Paternóster y las más oraciones […] que, si havíamos de decirle muchas veces el Paternóster, nos entienda de una. Es muy amigo de quitarnos de travajo, aunque en una hora le digamos una vez, como entendamos estamos con Él […] cuán de buena gana se está con nosotros y nos regalemos con Él, no es amigo de que nos quebremos las cabezas. Por eso, hermanas, os acostumbréis a rezar con este recogimiento el Paternóster, que es modo de orar que hace tan presto costumbre a no andar el alma perdida y las potencias alborotadas, como el tiempo os lo dirá. Sólo os ruego lo provéis, aunque os sea algún travajo, que todo lo que no está en costumbre le da. […] 50,3. Siempre he hallado tantos provechos de esta costumbre de recogerme dentro de mí, que eso me ha hecho alargar. Y por ventura todas os lo sabéis, mas alguna verná que no lo sepa; por eso no os pese de que lo haya dicho aquí.

52,1.    Pues dice el buen Jesús: “Santificado sea tu nombre, venga en nosotros tu reino” […] 52,2.  El gran bien que hay en el reino del cielo –con otros muchos– es ya no tener cuenta con cosas de la tierra: un sosiego y gloria en sí mesmos, un alegrarse de que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mesmos […] y la mesma alma no entiende otra cosa sino en amarle, porque le conoce.

53,1.    De esta oración de quietud, adonde yo entiendo comienza el Señor […] ya a darnos su reino aquí para que de verdad alabemos su nombre y procuremos le alaben otros, […] diré algo.  53,2. Es cosa sobrenatural y que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos, porque es un ponerse el alma en paz u ponerla el Señor con su presencia –como hizo al justo Simeón– porque todas las potencias se sosiegan. Entiende el alma -por una manera muy fuera de entender con los sentidos esteriores- que está ya junta cabe su Dios, que con un poquito más, llegará a estar hecha una mesma cosa con Él por unión. […] No parece hay más que desear: las potencias sosegadas que no querrían bullirse; aunque no están perdidas, porque piensan en cabe quién están y pueden; es un pensamiento sosegado; no querrían se menease el cuerpo porque no las desasosegase; piensan una cosa y no muchas; dales pena el hablar; en decir “Padre nuestro” una vez se les pasará una hora. Están tan cerca que ven que se entienden por señas. Están en el palacio cabe el Rey; están en su reino, que se les comienza ya el Señor a dar aquí.
56,1.    […] Su Majestad nunca se cansa de dar; porque no contento con tenerla hecha una cosa consigo –por haverla ya convertido en Sí[3]– comienza a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado y que conozca algo de lo que la tiene por dar.

En los siguientes capítulos sigue comentando el sentido del Padrenuestro: ‘Hágase tu voluntad’ (no buscar nada para sí, no quedarse en palabras, obrar), ‘pan nuestro’ (el Sacramento, la comunión), sobre el perdón, de las tentaciones, ‘líbranos del mal, amén’… Siempre en la línea de “desembarazarse” y quedarse ‘cabe el Rey’. No pensando que hacemos nosotros nada, no otorgarse mérito, comprender que todo procede de la Fuente… Para concluir, finalmente, con el capítulo 73, del que hemos copiado fragmentos más arriba, y en la que la vemos a ella misma sorprendida de lo que ha llegado a comprender a través de una pocas palabras del Padrenuestro.


Del Libro de la Vida:

15.6. Lo que ha de hacer el alma en los tiempos de esta quietud, no es más de con suavidad y sin ruido; llamo "ruido" andar con el entendimiento buscando muchas palabras y consideraciones para dar gracias de este beneficio y amontonar pecados suyos para ver que no lo merece.
15.7. Ansí que perderá mucho el alma si no tiene aviso en esto; en especial si es el entendimiento agudo, que cuando comienza a ordenar pláticas y buscar razones, en tantito, si son bien dichas, pensará que hace algo.
15.14. Cuando es el espíritu de Dios, no es menester andar rastreando cosas para sacar humildad y confusión, porque el mesmo Señor la da de manera bien diferente de la que nosotros podemos ganar con nuestras consideracioncillas, que no son nada en comparación de una verdadera humildad con luz que enseña aquí el Señor, que hace una confusión que hace deshacer.



MORADAS DEL CASTILLO INTERIOR (o Las Moradas)


Redactadas en 1577, habiendo ya fundado en Medina del Campo, Malagón, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Beas y Sevilla. Conversando con el padre Gracián sobre la oración, Teresa hacía a menudo referencia a temas ya tratados en el Libro de la vida (incautado por la Inquisición). El padre la animó: "pues no le podemos haber, haga memoria de lo que se le acordare y de otras cosas y escriba otro libro". Y escribió las Moradas, una obra para orientar a sus hermanas en los distintos momentos de la vida interior.

Síntesis

El objetivo de esta obra es explicar cómo el "reino" no está en el más allá, sino que "las cosas de Dios" pasan en el interior del ser humano. Es un canto a la grandeza de la posibilidad humana ("...no hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad"), canto a no desperdiciar la posibilidad de ser, a reconocer lo que ya se es, por motivo de falsas humildades y miedos paralizantes.
                  Las distintas moradas, hasta siete, no describen ámbitos de la psique sino aspectos de un proceso, cada uno de ellos con sus características, sus ganancias y dificultades propias. Cada nuevo paso incorpora los anteriores, no los deja atrás.
                  La Primera es la morada de la "consideración", la de tomar conciencia de la auténtica posibilidad de la naturaleza humana, del tesoro que esconde, de la verdadera humildad, etc. "Consideración" que desemboca en la toma de decisión de ponerse en camino. 
                  Esa decisión nos sitúa en la Segunda morada: aparecen todos los obstáculos, todo parece ponerse de acuerdo para impedir el avance, es el momento de mantenerse firme en la decisión, a pesar de los pesares, desoyendo la oposición interior de un "yo" que no quiere ceder terreno y la exterior de los que ven con temor el camino de conocimiento.
                  Si la persona no ha cedido, entonces ha ganado en certeza, constancia, en dedicación... en "virtudes". Ésta es la Tercera morada, en la que el peligro es que el "yo" tome ventaja de esta situación y se instale y se estanque en la persona "perfecta", virtuosa, bien considerada... que se cree por encima de los demás.
                  Si se logra no errar el camino por ese desvío (con la ayuda del contrastar, guiándose por el amor, la paz, el interés por todos...), el buscador se encuentra en las Cuartas moradas. Desde éstas hasta las Séptimas, son pasos que se producen a nivel de comprensión, de avance en la atención silenciosa, y de acierto en el uso de las facultades en esa atención silenciosa. En las Cuartas se tratará de considerar la inconsistencia del ego, mantenerse en quietud (el gusano de seda ha construido el capullo). Oración de unión, momentos de que se vive la noticia silenciosa, en las Quintas. El reconocimiento intermitente de la frontera (de la mariposa) genera dudas en el interior e incomprensión por parte de los que rodean al buscador. Si es autosugestión, invento...; las Sextas moradas ayudan a despejar la duda. Ahí da Teresa de Jesús una regla de oro en la que insiste a cada paso: si la práctica genera una certeza interior de paz y mayor amor, adelante, digan lo que digan, no puede ser demonio ni invento.
                  Finalmente, las Séptimas son las de la unión o, mejor, las de la transmutación en lo único que realmente es y existe: la Majestad. 



Unión: conocer que es “ser”, que es “transformamiento del alma del todo en Dios”
(LV 20.18)


En la séptima morada:

M 7, 2.6. Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en estremo, que toda la luz fuese una, u que el pábilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien se puede apartar la una vela de la otra y quedan en dos velas, u el pabilo de la cera. Acá es como si cayendo agua del cielo en un río u fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río u lo que cayó del cielo; o como si un arroíco pequeño entra en la mar, no havrá remedio de apartarse; u como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz, aunque entra dividida, se hace todo una luz.
M 7,2.9. ...orando una vez Nuestro Señor Jesucristo por sus Apóstoles dijo que fuesen una cosa con el Padre y con El como Jesucristo Nuestro Señor está en el Padre y el Padre en Él. ¡No sé que mayor amor puede haber que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque ansí lo dijo su Majestad: "no sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también", y dice: "Yo estoy en ellos".




En el Libro de la Vida:

LV 18.2. [...] El como es esta que llaman unión, y lo que es, yo no lo sé dar a entender [...] ni sé entender qué es mente, ni qué diferencia tenga del alma, u espíritu tampoco;  [...] lo que es unión ya se está entendido que es dos cosas divisas hacerse una.
18.7. No diré cosa que no la haya esperimentado mucho.

18.14. Estava yo pensando cuando quise escrivir esto qué hacía el alma en aquel tiempo. Díjome el Señor estas palabras: "deshácese toda, hija, para ponerse más en Mí; ya no es ella la que vive, sino Yo; como no puede comprehender lo que entiende, es no entender entendiendo". Quien lo huviere provado entenderá algo de esto, porque no se puede decir más claro por ser tan escuro lo que allí pasa. [...]
Ansí que a esta mariposilla importuna de la memoria aquí se le queman las alas, ya no puede más bullir. La voluntad deve estar bien ocupada en amar, mas no entiende cómo ama. El entendimiento, si entiende, no se entiende cómo entiende; al menos no puede comprehender nada de lo que entiende; a mí no me parece que entiende, porque -como digo- no se entiende; yo no acabo de entender esto.

18.15. Acaecióme a mí una ignorancia a el principio, que no sabía que estava Dios en todas las cosas y, como me parecía estar tan presente, parecíame imposible. Dejar de creer que estava allí no podía, por parecerme casi claro havía entendido estar allí su mesma presencia.

27.3. [...] Porque si digo que con los ojos del cuerpo ni del alma no lo veo, porque no es imaginaria visión, ¿cómo entiendo y me afirmo con más claridad que está cabe mí que si lo viese? […]  Se representa por una noticia a el alma, más clara que el sol; no digo que se ve sol, ni claridad, sino una luz que sin ver luz alumbra el entendimiento para que goce el alma de tan gran bien. Trai consigo grandes bienes.
27. 6. Ansí es también de otra manera que Dios enseña el alma y la habla sin hablar, de la manera que queda dicha. Es un lenguaje tan del cielo que acá se puede mal dar a entender, aunque más queramos decir, si el Señor por espiriencia no lo enseña. Pone el Señor lo que quiere que el alma entienda, en lo muy interior del alma, y allí lo representa sin imagen ni forma de palabras, sino a manera de esta visión que queda dicha.
40.1. […] ansí entendí qué cosa es andar un alma en verdad delante de la mesma Verdad. Esto que entendí es darme el Señor a entender que es la mesma Verdad.
40.4. [...] Entendí grandísimas verdades sobre esta Verdad, más que si muchos letrados me lo huvieran enseñado. [...] Esta Verdad que digo se me dio a entender, es en sí mesma verdad y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta Verdad, como todos los demás amores de este amor y todas las demás grandezas de esta grandeza, aunque esto va dicho escuro para la claridad con que a mí el Señor quiso que se me diese a entender.





También entre los pucheros anda el Señor      (Fundaciones 5,8)





[1] Abreviaturas utilizadas: "LV" para el Libro de la Vida, "CP" para el Camino de perfección", "M" para Las moradas o el castillo interior, “CC” para Cuentas de conciencia. Todas las citas provienen de la edición de las Obras Completas. Madrid, B.A.C., 1974.
[2] la imagen del palacio, o del castillo presidirá su siguiente libro, Las Moradas o El castillo interior (escrito en 1577).
[3] nota del editor: Las palabras ‘convertido en Sí’ están borradas en el original; una mano extraña escribió encima: ‘unido a sí mismo’

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